(Ilustración original Wenceslao Lamas)
El 12 de junio de 1972 la portentosa garganta de Linda Lovelace inauguraba el porno chic, congregando en las colas de los cines X a celebridades de la talla de Martin Scorsese, Brian de Plama, Jack Nicholson, Truman Capote o Johnny Carson. En paralelo, algunos productores independiente se esforzaba por aportar a sus películas un trasfondo musical lo suficientemente seductor, combinando la sofisticación del jazz, las prestaciones vocales del soul y la pegada rítmica del funk con el exotismo del lounge y la calidez de ciertos ritmos latinos como la bossa o la salsa.
La revalorización de estas grabaciones en ciertos círculos especializados obedece a criterios nostalgicos. Aunque el encanto de los arreglos horteras y la library music resulta innegable, se echa de menos una visión más objetiva del fenómeno musical de las bandas sonoras pornográficas. Una percepción más especializada y rigurosa que nos ayude a separar –nunca mejor dicho– el grano de la paja.