Aunque no es aconsejable beber en exceso, una noche es una noche (después lo repetimos muchas más noches al año pero ese es otro asunto) y entre pitos y flautas nos metemos en el cuerpo más alcohol del que podemos procesar. A la mañana siguiente no hay quien lo soporte: cualquier susurro nos parece la obra de un tipo armado con un megáfono; el ladrido de un perro es como la fanfarria de un millón de trombones; los pasos del vecino de arriba son como los de Godzilla cuando corre por Tokio asustando a los habitantes de la urbe japonesa.
Se impone una solución que permita nuestra recuperación total sin causarnos demasiados daños. Dado que nuestra amada televisión pública ha perdido los derechos de los saltos de trampolín (qué recuerdos aquellos, tirados en el sofá mientras un montón de señores de nombres con reminiscencias nórdicas saltaban al vacío en una especie de competición que se nos antojaba lejana y ajena), plantarse delante de la caja tonta y poner un dvd (o un blu-ray para aquellos más avanzados) que aplaque las cefaleas, las jaquecas y los punzantes dolores de cabeza, podría ser una gran idea.
Descartadas las explosiones, las invasiones alienígenas, las películas con argumentos imposibles (tipo Origen, la pesadilla de un borrachín renqueante), las persecuciones, los cómicos que gritan y gesticulan y los dramas de cualquier tipo y pelaje (lágrimas y resaca son una mala combinación, créannos) esta es la lista que nos quedaría.