A finales de los sesenta, una vez superada la psicodelia y a punto de entrar en su etapa progresiva, la música rock no esperaba encontrarse con algo como Can. Inspirados tanto por la música concreta, la experimental, el funk, los ritmos étnicos y el free jazz, Can, más que un grupo al uso, eran una estrategia para afrontar la música moderna. Dado lo indefinible e idomable de su estilo, no era un grupo hecho para el éxito ni el consumo masivo, pero por eso mismo, sentaron el precedente de algunos de los cambios que tuvieron lugar en la música pop desde el punk hasta nuestros días.
Con el paso de los años la banda Korn ha ido dando la razón a aquellos escépticos que veían gato encerrado en la propuesta de Johnathan Davis. En plena orfandad postgrunge, su álbum de debut, el homónimo Korn (1994), producido por el pope Ross Robinson, logró sumar a los sonidos metaleros a una legión de fans aficionados a los ritmos sincopados del hip-hop: bandas como Helmet, Faith No More o Pantera, cada una en su estilo, ampliaron las posibilidades rítmicas del metal, huyendo de las hasta entonces obligadas simetría y velocidad en los compases. Korn irrumpió en aquel momento dando vida a lo que se denominó nu metal, una excrecencia de la llamada The New Wave of American Heavy Metal. Allí desembarcaron con carta de naturaleza los berridos junto a los samples, el scratch junto a la distorsión.
Era 1966 y Brian Wilson aceleraba para adelantar a The Beatles en la curva. Que los Beach Boys fueran reconocidos como los reyes del pop aunque fuera por un día, por un single, por “Good Vibrations”. En la familia Wilson el éxito era palabra sagrada. La mística del talento no tenía valor alguno si no venía acompañada por las cifras y los rankings. Puede que la publicación de “Strawberry Fields Forever” fuera la estocada final a aquella mente maltrecha por paranoias y ácidos. “Lo han hecho… lo que yo quería hacer”, dijo al escuchar por primera vez el single de los de Liverpool. Y así empezó a alejarse del mundo, de las leyes de la competencia, de ser reconocido como el mejor. De ese triunfo total que hoy su sobrino Kevin acaricia con un balón de baloncesto en lugar de partitura.
Hoy estrenamos el vídeo de Iswegh Attai,una canción extraída deTassili,el impresionante quinto disco de Tinariwen. Para explicar el origen de la banda reproducimos a continuación Señores del desierto, la magnífica entrevista que con motivo de la edición del álbum publicaba en septiembre el suplemento Babelia . En ella Eyadou Ag Leche, bajista y arreglista de la formación, contaba al periodista Carlos Galilea la extraordinaria trayectoria del grupo. Desconocidos fuera del desierto de Malí durante más de 20 años, hoy, una década después de la grabación de su primer disco, los creadores del assouf, el blues tuareg, son respetados y admirados. En marzo su gira recala en España. El 19 actuarán en el Apolo de Barcelona y el día 20 en el teatro Lara de Madrid. El estreno de Iswegh attai, está previsto para las 16.00, en exclusiva compartida con la web estadounidense Pitchfork.com.
Cuando los Stones sacaron Miss You como adelanto de lo que fue Some Girls, les acusaron de oportunistas y de horteras. Lo primero fue por subirse al carro de la música disco, la fuerza dominante en la música pop de 1978; y lo segundo, porque la música disco era terreno vedado para los rockeros de verdad. Los Stones, la banda de rock & roll por excelencia, pulverizaron ese prejuicio ridículo con una de las mejores canciones de su historia. El estandarte perfecto para el álbum que les hizo conectar de nuevo con la realidad, que en aquel momento, además de por la disco music, estaba marcada por el punk.
En la actualidad existe toda una escena alrededor del denominado porno sound que da cabida a bandas tributo, recopilatorios de rarezas, remixes para las pistas de baile e incluso canales especializados de Internet que ofrecen la más variada programación en streaming las veinticuatro horas del día.
En el cine porno actual resulta de lo más habitual toparse con raperos y rockeros, tanto delante como detrás de las cámaras. Por norma general los músicos suelen prestar sus servicios al género de manera condescendiente y autoparódica, utilizándolo como una forma fácil de ganar dinero rápido y dar salida a sus sueños húmedos de estrellas en decadencia. Excepcionalmente podemos encontrarnos con auténticos artistas que se esfuerzan por ofrecer a la audiencia partituras lo suficientemente inteligentes y creativas como para estimular nuestros sentidos más allá de la entrepierna. Un funesto fenómeno por otra parte cada vez más extrapolable a las demás parcelas artísticas.
Portlandia es una serie escrita y protagonizada por Carrie Brownstein, de Sleater Kinney, y el cómico Fred Armisen. La trama gira alrededor de Porland, "la ciudad donde el sueño de los noventa sigue vivo y el gobierno de Bush nunca existió". Una sátira de lo que queda del grunge y el alt en un lugar que presume de ecologista, donde es fácil ser vegano y que cuenta con el mayor número de librerías independientes y cervecerías artesanas de Estados Unidos. Una urbe progresista en la que están prohibidas las bolsas de plástico, con un alcalde gay, que en la serie es interpretado por Kyle Mclahan, y donde han ido a parar músicos de todo pelaje, atraidos por el ambiente artístico y, según cuentan, por los bajos precios de los alquileres.
Se sabía de la hiperactividad del cuarteto vasco-madrileño, tanto por sus tres largos maqueteros iniciales como por lo poco que han tardado en sacar este ya segundo con Limbo Starr. Pero quién iba a suponer un CD de 62 minutos, de los que 12 se los lleva la canción de cierre, El futuro, pelín anodina respecto al resto. Porque de los otros 15 cortes, al menos una decena es verdaderamente reseñable. Con guitarras cortantes, fiereza punk, urgencia pop y fogonazos entreverados de oscuridad malsana. Más letras en castellano que no envidian a las de casi nadie: turbulentas, lúcidas y socialmente descarnadas. Lástima que su autor, Garikoitz Gamarra, no las potencie ante el micro: un vistazo a los textos del libreto para hacerlas más inteligibles facilita las cosas. Que tienen miga.