Animalia lotsatuen putzua
Bidehuts (2011)
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Antonio Fraguas
Antes de echar a andar, permítasenos un preámbulo. Los tópicos acerca de la cultura estadounidense (tanto los buenos como los malos) son de sobra conocidos. El común de los mortales sin embargo sabe menos de figuras y corrientes capitales surgidas en ese país tan poliédrico y que, adrede, se han apartado de los medios de masas. Hablamos de creadores (músicos, poetas, productores…) como Henry Rollins o Ian MacKaye y de corrientes como el hardcore y sus varios retoños terminados en core.
Los tópicos sobre la cultura en euskera son también de sobra conocidos. Como tantos otros creadores vascos, este grupo formado en Irún en 1998 vuelve a romper más de un cliché con su sexto álbum de estudio. Que algo importante, en lo musical en este caso, está pasando en Euskadi desde hace algunos años lo vuelve al confirmar el hecho de que exista un disco como Animalia lotsatuen putzua (El pozo de los animales avergonzados) o el Haria de los vasco-navarros Berri Txarrak, del que hablamos hace unos días. Tan importante que, milagro, está dejando de pasar desapercibido en el resto de España.
En lo musical, el sonido de Lisabö es eminentemente fugaziano (casi habría que llamarlos Fugatzi. Es broma). Si alguien quiere más orientación, se pueden citar otras influencias: Mogwai, Sonic Youth, Explosions In the Sky… En lo vocal, las seis canciones de Animalia… pasan del fraseo narrativo al berrido con esa inflexión final tan de Guy Picciotto. En lo lírico, las letras de Martxel Mariskal son sobrecogedoras (la traducción al castellano es formidable) crudas y muy visuales, de una belleza encapsulada y singular. Recuerdan al expresionismo alemán de Alfred Döblin y a los desvaríos que provoca el hambre en el personaje creado por el noruego Knut Hamsun.
Un pulso que late con más fuerza estos días. Por eso Animalia… funciona como una fiel descripción del espíritu de los tiempos. Y por eso es difícil detenerse en cada una de las seis canciones: no están concebidas al uso, sino que se disponen como un frente de olas de intensidad variable pero constante. Estamos ante una corriente de energía, una enorme canción interrumpida por cinco silencios, un viaje modulado por seis estados de ánimo que se despeñan hacia dentro. Asomarse a las letras producirá vértigo, sobre todo a quien ose subestimarlas. Sonará pedante, pero Animalia… es una vivencia estética. Una auténtica obra de arte.