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19 dic 2011

La era de la escritura (no) creativa

Kerouac

"La escritura lleva 50 años de retraso con respecto a la pintura", se lamentaba en 1959 el poeta y pintor estadounidense Brion Gysin. Igual se quedó corto. Él se refería a que desde el Impresionismo, la vanguardia había devenido en norma en la pintura, mientras que en la literatura la cosa había divergido en dos líneas paralelas: la experimentación por un lado y lo normal, lo probado, lo consagrado tanto en formas como en contenidos, por el otro. Pero el asunto tenía visos de ir más allá. Por poner un ejemplo práctico, ¿hace cuántos años se ve en los museos a pintores aficionados copiando la obra de los maestros, ya sea para vender una copia exacta del original como, en plan más abstracto, vender el proceso de penetrar en la mente de un genio fallecido hace años? Si un escritor hiciera exactamente esto, volver a escribir un clásico palabra por palabra, antes de causar un predecible infarto generalizado en la sede de la SGAE, ¿encontraría a quien venderle el texto?

Un chaval estadounidense llamado Simon Morris sí lo consiguió. Él prefirió ignorar el clásico consejo que se da en los talleres literarios (escribir una historia "en el estilo de" un autor famoso) y ofrecer un estudio mucho más genuino y completo de su autor de referencia: re-escribió En el camino (u On the road, como ha sobrevivido en la cultura popular) en un blog titulado Getting on Jack Kerouac's Head (Penetrando la mente de Jack Kerouac) a la razón de una página diaria, entre mayo de 2008 y marzo de 2009. Como en los blogs las entradas más recientes aparecen antes que las más viejas, el libro queda al revés: empieza por la última página y sigue así hasta llegar a la primera. Como un viaje del libro de las Revelaciones al Génesis. El texto, tal cual está en el blog, se imprimió y publicó en un libro el año pasado. Sin haber escrito ni una palabra original, Simon Morris se había convertido en autor.

No es el único. Otros súbitos autores de la reiteración comprenden a los que plasmaron una edición en papel del New York Times en un libro de 900 páginas; los que crean poemas con las palabras que encontraron en un directorio de centros comerciales; los que sacan mensajes de redes sociales y les asignan nombres de escritores muertos ("Mark Twain tiene una entrevista de trabajo mañana. Deseadme suerte!") en una especie de celebración de lo mundano que se actualiza solo y nunca termina; y el ya decano movimiento Flarf, que destila las búsquedas de Google más ridículas y ofensivas.

Estamos viviendo, en definitiva, en la era de la última tendencia de a poesía conceptual. La era de la escritura no creativa.

Explicados, los cimientos de esta tendencia casi parecen una tautología: en una era en la que tenemos más textos accesibles que nunca (con los tuits publicados en un día tendríamos para 10 años de lectura, y eso sin ver los enlaces que lleva la mayoría a textos igualmente accesibles a golpe de Google), el problema no es crear textos nuevos, sino negociar con los ya existentes para hacerlos propios. Es una noción cimentada sobre la posmodernidad, sobre el  "el mundo está lleno de objetos, más o menos interesantes; no deseo añadir ni uno más" que pronunció el artista conceptual Douglas Houebler en 1969.

Pero, como decía Gysin, la escritua va con cierto retraso y ha tenido que llegar la eminente crítica literaria Marjorie Perloff para ponerle nombre: uncreative genius (genio no creativo). "Dada la cultura de Internet del presente, los poetas, más que intentar dar voz a sentimientos originales, han entendido que de hecho pueden expresar sus emociones de forma más interesante usando las palabras de otros. "No es plagio", explica en un e-mail. "Estos poetas reciclan, se apropian, citan otras palabras pero las recontextualizan y les vuelven a dar forma hasta que se convierten en algo completamente diferente".

Otro de los grandes baluartes de este género, el poeta Kenneth Goldsmith, aclara que "Esta literatura 'no creativa' no buscar aceptar de forma nihilista ni envidiosa la supuesta 'esclavitud tecnológica'; es una escritura imbuida de celebración, fulgiente con entusiasmo por un futuro preñado de posibilidades. Esta alegría se nota en la propia escritura, en los fantásticos ritmos de la repetición, en el espectáculo de lo mundano re-enmarcado como literatura, en las nuevas perspectivas sobre nuevas capas de lectura. Y, sí, tiene emoción. No es coerciva ni persuasiva; es indirecta e impredecible, cargada de sentimientos expresados como resultado del proceso de escritura y no dictados por la intención de un autor".

(Goldsmith, por cierto, enseña escritura no creativa en la universidad de Pensilvania: penaliza a los alumnos que osen mostrar un ápice de originalidad. Aquí sólo se quiere a los que plagien, se apropien y reconstruyan, ya sea cambiando una preposición en un artículo de Wikipedia o realizando el trabajo necesario para aprobar el curso: descargarse de una páginas como vagos.es un trabajo ya hecho y firmarlo. Luego deberán explicar y defender lo que ponga en ese trabajo ante otros alumnos. "¿Es posible defender algo que tú no has escrito?", se justifica el profesor.)

Esta supresión voluntaria del autor, esta reducción sistemática del artista a movedor de los tejidos que tiene a mano (un cambio equiparable al de poner a Pigmalión a tejer con una tricotrosa), podría recordar a la predicción del poeta experimental canadiense Christian Bök de que en el futuro la poesía la escribirían máquinas para que la leyeran otras máquinas. Pero también tiene todo el tufillo del autor colectivo que, desde que llegó la siempre dispuesta era 2.0, ha ido ganando relevancia en proyectos como la Wikipedia misma. De asentarse lo que Goldsmith y Perloff propugnan, no sería descabellado imaginar que la literatura siga el camino del meme, en el que todo el mundo puede participar y aportar. Que, de momento, en el futuro cercano, las mentes más brillantes detrás de las máquinas serán las más destacadas.

Pero, ya que la creación literaria está obligada a convivir con otros textos que seguramente han dicho lo que se pretende decir con mayor coherencia (y aquí tenemos a las matemáticas para demostrarlo: basta con ver cuántos resultados da y cuánto tarda cualquier búsqueda de Google), también sucede que lo nuevo se convierte en viejo. Ya en el siglo XIX, Mark Twain se maravillaba de "Qué ventaja más grande tenía Adán: cada vez que decía algo, sabía que nadie lo había dicho antes".

Hay 2 Comentarios

El cut & paste es el nuevo apropiacionismo.

Very interesing. Gracias.

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