“Travis, what's your phone number?”. El grito sonaba en toda la plaza de Callao, en Madrid, en torno a las 21.15 horas. Quien se desgañitaba de esa manera era un veinteañero disfrazado de colegiala deportiva, con falda corta, medias de fútbol, pechos de mentira y peluca rubia. Estaba junto a otros colegas, que alzaban una pancarta en la que alababan a ese tal Travis Rice como si fuera una estrella de rock. ¿Y quién es en realidad? Pues se trata de un tipo de 29 años, rubio de ojos azules, natural de Wyoming (Estados Unidos), y que está considerado el mejor snowboarder del mundo. Presentaba en Madrid The Art of Flight, una película que ahora se encuentra en pleno tour por Europa y en la que se muestra a Travis Rice y su trupe de amigos bajando las montañas más impresionantes, enseñando sus trucos, derrapando e incluso provocando avalanchas.
Es una mezcla de acción y de aventuras con su siempre bienvenido punto de drama en momentos determinados. La cámara vuela por los lugares más remotos de todo el mundo y las mejores localizaciones para los deportes de invierno. El sonido de la naturaleza retumba en los oídos. Son 80 minutos de un snowboard icónico que ofrece una nueva óptica con imágenes filmadas con tecnología diseñada específicamente para este proyecto. Detrás de todo el tinglado está una bebida energética en colaboración con Brain Farm Digital Cinema, una productora especializada en grabar aventuta, y Quicksilver.
Travis cambió ayer la nieve por una tarde de paseo por Madrid, dos sangrías y algunas tapas. Cuando vio al veinteañero disfrazado de chica, se rió y se quedó un poco loco. Pero le gustó, porque como dice en The Art of Flight, le encanta la autenticidad en lugar del mundo digital en el que estamos inmersos. ¿Y qué le da el snowboard? “Es mi pasión. Ves lugares preciosos y mantos de nieve. Es alucinante la experiencia de controlar hacia dónde quieres ir. Me gusta todo lo que tenga que ver con la aventura. Es una experiencia única”. Travis, que entiende la vida como un viaje, ha tardado dos años en grabar la cinta.
El periplo comenzó en la Sierra Tordillo de Alaska, un territorio inhóspito lleno de glaciares, y luego continuó por la la Isla Navarino y la Cordillera Darwin, en Chile, donde descubrieron un lugar apocalíptico con un volcán al borde de la erupción. Allí estuvieron a punto de no probar la nieve con sus tablas. Al final se les ve a la velocidad del rayo por un desfiladero estrecho y cruzando agua helada. El peligro siempre está ahí. De hecho, el filme está específicamente dedicado “a los que han perdido mientras hacían lo que amaban”. Travis es consciente, claro. “Riesgos sí hay, pero paso mucho tiempo preparándolo todo para que la experiencia sea segura ”, explica como el que habla de montar en bici. “El miedo es algo que tienes que maquillar en favor del ego. De vez en cuando sí siento miedo, pero no lo miro de frente”.
Lo ha dicho él. Ego. Tantos descensos de cumbres y vuelos sobre laderas por las que no se puede escalar tiene su parte de vanidad. “Si te caes, te levantas. Es sencillo”, dice en la película uno de sus amigos. Las montañas Kootenay de Columbia (donde el helicóptero que les transportaba se quedó helado) y la cordillera Snake River en Wyoming son otras de las paradas de The Art of Flying, que de vez en cuando da un poco de ansiedad porque los protagonistas no paran quietos y lo mismo pegan disparos a los árboles que lanzan hachas a unos troncos. Más filosofía acerca del snow: “Lo mejor es que todo cambia. No solo la parte de vida en las montañas, sino también las condiciones climáticas”. Sus consejos para los aficionados de todo el mundo son simples: “Disfrutad, divertíos”. Y recuerda una frase de la película: “Nunca lo dejéis, porque todo el tiempo que le dediquéis al snowboard es poco para ser el mejor”.
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