Si la década de los noventa pudiera resumirse en un solo día de punk superventas, el amanecer sería Nirvana (Nevermind, 1991); el mediodía, Greenday (Dookie, 1994) y el ocaso Blink-182 (Enema of the State, 1999). Un habitante de ese día se despertaría con angustia existencial por el éxito y el dinero conseguidos, almorzaría lleno de cinismo, humor y hedonismo, y se iría a la cama (con el colchón bien relleno de fajos de billetes) haciendo payasadas escatológicas tipo colegio mayor. Una regresión, pero lineal, porque sin el desfloramiento auditivo al que Nirvana sometió a toda una generación, Blink-182 nunca hubiera llegado a vender 15 millones de discos del citado Enema of the State. Ahora, tras ocho años de parón, su sexto álbum, Neighborhoods, confirma que la banda ha dejado atrás las payasadas, algo que ya se presentía en su anterior trabajo, el homónimo Blink-182, de 2003. Los señores Hoppus, DeLonge y Barker se aproximan a la cuarentena y han decidido hacer un paréntesis en sus negocios textiles, sus bandas paralelas, sus proyectos televisivos (y, sobre todo, en las broncas y desavenencias que los mantuvieron enemistados durante más de un lustro), para acuñar 14 canciones en las que asoman la reflexión y, oh sí: la angustia. Una joya de punk-rock como Heart’s all gone (con su bello interludio y una letra inquietante) justifica por si sola la escucha de este elepé al que hay que dar más de una oportunidad. Aunque ahí sigan la voz quejica y nasal de DeLonge (afortunadamente Hoppus canta bastante), aunque alguna base pregrabada y algún efecto nos traigan el regusto de boy-band pseudopunk con el que muchos identifican a los Blink (el single Up all night, es un buen ejemplo de esquizofrenia musical). La sensación final es que Hoppus y DeLonge, dos almas casi antagónicas, han hecho un álbum aceptable, con el mérito de estar edificado sobre la base de las concesiones mutuas. Eso sí: solo un batería excepcional, como lo es Travis Barker, puede anudar esos de caballos que tiran en direcciones distintas.